SONATAS PARA PIANO DEL SIGLO XX
ÁNGEL HUIDOBRO
Sergei Prokófiev (1891-1963): Sonata nº 3, op. 28: Allegro tempestoso. Maurice Ravel (1875-1937): Sonatina: I. Modéré; II. Mouvement de menuet; III. Animé. Alexander Scriabin (1872-1915): Sonata nº 4, op. 30: I. Andante; II. Prestissimo volando. Alban Berg (1885-1935): Sonata, op. 1: Moderadamente movido. Béla Bartók (1881-1945): Sonata Sz. 80: I. Allegro moderato; II. Sostenuto e pesante; III. Allegro molto.
Sonatas para piano del siglo XX
La forma Sonata, en la medida en que está ligada a la tonalidad, correrá una suerte histórica pareja a ella, dado que el juego de tensiones y distensiones que implica el abandono y posterior vuelta a la tonalidad original de los temas principales es indisociable de la forma. Así pues, ambas compartirán un ocaso paralelo a medida que avanza el siglo XX. Las cinco obras contenidas en el presente registro son espectadoras privilegiadas a la vez que un maravilloso exponente de este proceso. Asimismo, comparten varias características: desde el punto de vista formal, todas ellas son sonatas (en uno o en varios movimientos), poseen un formato intermedio en lo que a duración de refiere (no en cuanto al empeño compositivo, que es máximo, o a la dificultad técnica, que es considerable), y han sido compuestas dentro del primer cuarto del siglo XX (entre los años 1903 y 1926). Sus cinco compositores (Prokófiev, Ravel, Scriabin, Berg y Bartók) figuran entre los más importantes de la primera mitad de siglo, más aún si se tiene en cuenta su inmensa producción pianística, a excepción de Berg.
Este programa incluye estilos muy diferenciados, lo que implica variadas maneras de aproximación al piano, conteniendo cada obra aspectos técnicos e interpretativos propios. Del estilo bélico y percusivo de Prokófiev al primitivismo folklórico de Bartók. Del impresionismo neoclásico de Ravel al expresionismo ultrarromántico de Berg, pasando por el incatalogable estilo de Scriabin.
La Sonata nº 3 op. 28 de Sergei Prokófiev fue compuesta a partir de bocetos que datan de 1907 y fue estrenada en San Petersburgo en 1918 por el propio compositor. La inventiva y la riqueza de temas desplegadas por el compositor no están reñidas con la concisión de la obra. Sviatoslav Richter dijo de la Sonata nº 8: ‘’es como un frondoso árbol cargado de fruta’’. Podríamos aplicar aquellas palabras para definir esta obra, pero a menor escala. Su estilo rítmico implacable podría parecer en ocasiones objetivo y distante, pero, gracias al encantador lirismo del tema Moderato y a la rica armonía desplegada, Prokófiev no consigue disimular la vena romántica que fluía en su interior.
La Sonatina (1905) de Maurice Ravel está dedicada a Ida y Cipa Godebski, y fue estrenada en 1906. El título no refleja necesariamente su nivel de complejidad, sino que más bien es un singular tributo al estilo clásico. Consta de tres movimientos. El primero, ‘’Modéré’’, sigue fielmente el esquema del allegro de sonata y posee un característico motivo de cuarta justa. El segundo, ‘’Mouvement de Menuet’’, posee el aire de una danza antigua revestida de giros armónicos y cadencias modales. Por último, el tercero, ‘’Animé’’ propone una centelleante toccata, que recoge por momentos el tema del primer movimiento. Herederos del impresionismo, el refinamiento armónico, el color y el dulce lirismo inundan esta deliciosa obra.
La Sonata nº 4 op. 30 de Alexander Scriabin fue compuesta en 1903 y estrenada el año siguiente. Pertenece al periodo intermedio del compositor ruso, formando tándem con su 5ª sonata. En estas obras renuncia definitivamente al formato de sonata en cuatro movimientos y busca una mayor concentración y concisión, mientras su lenguaje armónico, sin abandonar todavía la tonalidad (nunca lo hará totalmente), se va volviendo cada vez más sofisticado. La pieza consta de dos movimientos. El ‘’Andante’’ nos revela delicadas sonoridades en el registro agudo, dentro de un cálido ambiente armónico-cromático, propio del más genuino Scriabin. El ‘’Prestissimo volando’’ se caracteriza por sus motivos entrecortados, cromatismos, giros fugaces e ingeniosas combinaciones contrapuntísticas, en un juego diabólico que desemboca en un grandioso final, de atmósfera febril, en el que retorna el tema del primer movimiento, ahora revestido con acordes repetidos que recuerdan a su famoso Estudio ‘’Patético’’ op. 8 nº 12.
La Sonata op. 1 de Alban Berg fue terminada en 1908 y estrenada en 1911, y es una singularidad dentro de su producción, ya que es la única obra para piano solo a la que concedió número de opus. Forma parte de ese linaje de obras cíclicas que arrancan en la Fantasía Wanderer de Schubert, pasando por la Sonata en Si menor de Liszt o la Sinfonía de cámara op. 9 de Schönberg. Todas ellas comparten la idea de un material unificado sin solución de continuidad. La expresión exacerbada, la armonía intrincada, casi en el límite de los márgenes tonales, y un intenso uso del tratamiento motívico y el contrapunto imitativo provocan un incesante juego de tensiones y distensiones que sólo al final desembocan en una tríada de tónica de si menor, tonalidad principal de la pieza.
La Sonata Sz. 80 (1926) de Béla Bartók está dedicada a Ditta Pásztory, segunda esposa del compositor. En esta obra, de corte rítmico y disonante, se despliega el formato de sonata en tres movimientos. El primero, ‘’Allegro moderato’’, plantea un implacable motivo rítmico, que da paso a un amenazante tema A, de ruda y salvaje sonoridad, seguido de un tema B más amable y folklórico, siempre dentro de un pulso inexorable. El desarrollo participa de una desafiante fragmentación de los materiales, al más puro estilo de otro grande: Stravinsky. El segundo movimiento, ‘’Sostenuto e pesante’’, está trazado a punta seca, de expresión austera y profunda, sin concesiones. Recoge el germen de las notas repetidas del primer movimiento, pero ahora desplegando la evocación de una cuerda de recitación de salmodia gregoriana, sobre una armonía extremadamente disonante. Exponente de una visión fatalista, no hay lugar para la esperanza en estas páginas. El tercero, ‘’Allegro molto’’, de forma Rondó-Sonata, recupera el modalismo folklórico y contiene intrincados pasajes donde se practica una suerte de heterofonía al más puro estilo de la música tradicional eslava. Bartók manejó y fundió como nadie la esencia del folklore y la más alta sofisticación compositiva.
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